11.2.08

Romance de la pena negra, de Federico García Lorca

Comentario de Rafael Roldán Sánchez.

Nota para los alumnos: llevar la contraria al poeta, como en este comentario, no es una buena táctica, pero puede ser muy sugerente.


Desde el comienzo del romance se presenta una paradoja, al menos aparente. Mientras que el título alude a un sentimiento como tema principal, el poema está protagonizado por un personaje concreto, Soledad Montoya, no por el sentimiento expuesto de un modo explícito, desnudo, como sentimiento del propio poeta, tal y como podría encontrarse en un poema simbolista de Machado o Unamuno. El sentimiento se presenta encarnado en Soledad Montoya y, en consecuencia, la “pena negra” no es cualquier pena, sino la pena de esta mujer.

Sin embargo, Lorca definió a la “pena negra” como un sentimiento vago, generalizado: La pena de Soledad Montoya es la raíz del pueblo andaluz. No es angustia porque con pena se puede sonreír, ni es un dolor que ciega puesto que jamás produce llanto; es un ansia sin objeto, es un amor agudo a nada, con una seguridad de que la muerte (preocupación perenne de Andalucía) está respirando detrás de la puerta. En el poema, para manifestar de un modo más claro ese sentimiento, para distinguirlo de cualquier otro, Lorca decide escoger a un personaje que lo dote de vida, que lo exprese a través de la voz de una persona concreta y, así, lo haga más humano, más cercano a la sensibilidad del lector. Soledad Montoya sería, por tanto, un ejemplo de esa “pena negra” y no tendría por qué darse ninguna paradoja.

Pero la paradoja está precisamente en que la elección de un personaje para mostrar qué es la “pena negra” obliga a Lorca a dotar de un aspecto, de una voz definidos a ese personaje y, como consecuencia, la “pena negra” no se ajusta ya tanto a la explicación de Lorca como a las inquietudes que constituyen la personalidad de Soledad Montoya. La “pena negra”, según Lorca, es una tristeza indefinida, sin motivos evidentes. La sinestesia que caracteriza a la pena con el color negro, para diferenciarla de otras “penas”, insinúa el origen oscuro, inefable e irreal, sin causa justificable, de este sentimiento. Es un sentimiento arraigado en el alma de las personas, no motivado por circunstancias exteriores. Por esta razón, la oscuridad del negro se sugiere con frecuencia en el poema, como si Lorca quisiera indicar la imposibilidad de escapar del dolor: los gallos “cavan”, es decir, escarban en la oscuridad de la tierra para buscar el día; el monte es “oscuro”; Soledad huele a “sombra”; sus pechos son yunques “ahumados”; Soledad se vuelve de “azabache”; la pena es de cauce “oculto”, apartado de la luz.

Frente a esta “pena” fatal, independiente de los hechos cotidianos que determinan nuestro estado de ánimo, la “pena” de Soledad Montoya parece deberse a un hecho externo, preciso en contraste con la vaguedad de la “pena negra”: la falta de amor, sugerida por su propio nombre, “Soledad”. Es cierto que Lorca escogió el nombre porque era el de una persona real, pero no por eso se ha de pensar que la elección del mismo ha sido caprichosa o que resulta indiferente para explicar el poema. En sus versos hay numerosas referencias que parecen aludir a esta necesidad de amar de Soledad Montoya.

Estas referencias se advierten en la propia estructura del texto, donde se distinguen tres espacios que pueden ayudar a conocer los orígenes del sufrimiento de Soledad: el monte, al comienzo y al final del poema; el mar, nombrado como amenaza para Soledad; y la casa de Soledad, espacio de los versos centrales del poema.

Cuando Soledad baja del monte, la pregunta que le hace el segundo personaje del poema (¿el propio poeta, o un personaje que representa la visión normal y razonable de la vida, o quizás el destino que advierte del peligro?, “¿por quién preguntas (…)?, sugiere que Soledad está allí para encontrarse con alguien, y, dado el lugar y la hora, la noche, ese alguien debería ser un posible amante. La descripción de Soledad contribuye a profundizar en esta idea: el olor a caballo y a sombra acaso se refiere al encuentro clandestino, (esta clandestinidad aclararía el olor a sombra, difícil de explicar referido a una acción que transcurre de noche, un tiempo sin sombras), con otro gitano, pues los caballos aparecen en Lorca ligados a los usos cotidianos de esta raza.

Si se interpreta el “caballo” de un modo simbólico, éste representaría la pasión erótica de Soledad, el instinto natural que debe satisfacerse para que cualquier persona sea feliz. Este instinto motiva el conflicto íntimo de muchos personajes lorquianos y los lleva a rebelarse contra el mundo que lo coarta. Desde este punto de vista, las palabras de Soledad Vengo a buscar lo que busco/ mi alegría y mi persona pueden dotarse de un significado más claro: sin amor, Soledad es un ser incompleto, que tiene que buscarse a sí mismo, y dominado por la “pena negra”.

El monte se configura como el lugar propicio para encontrar el amor. ¿Por qué? Quizás porque ese amor oculto, protegido por la noche, es lo único a lo que puede aspirar Soledad. En la casa, donde suponemos que transcurre su vida diurna, normal o cotidiana, su nombre, “Soledad”, adquiere todo su sentido. Es aquí donde las alusiones eróticas se vuelven más nítidas. Soledad dice corro como una loca/(…)/ de la cocina a la alcoba. La cocina a la alcoba parecen ser los dos extremos de la casa de Soledad, el principio y el fin de su vagar desesperado. Son también las dos habitaciones en que mejor se ejerce el papel de la mujer como esposa y amante. En ambos sitios, la mujer realiza su función tradicional de complacer al hombre. ¿Corre Soledad como una “loca”, de una a otra habitación, porque en ninguna de ellas tiene sentido su presencia, al carecer de un hombre al que amar?

El retrato que hace de sí misma Soledad puede acaso confirmar esta idea. Soledad habla de sus trenzas, sus camisas de hilo y sus muslos. Son tres elementos que tradicionalmente han constituido parte de los atributos eróticos femeninos. El cabello largo era el propio de las muchachas aún no casadas, puesto que, al formar parte destacada de sus encantos, resultaba un poderoso reclamo para el hombre. Las camisas de hilo, con la blancura de la pureza, debían adornar su cuerpo en el lecho compartido con el hombre, insinuando la belleza que a la vez ocultaban. Los muslos de “amapola”, es decir, primaverales y tersos, recuerdan el tópico del “carpe diem”: Soledad está en sazón para ser amada.

Sin embargo, las trenzas de Soledad están “por el suelo”, como si hubieran crecido demasiado, a la espera de un amor que no llega; las camisas y los muslos se tiñen de negro -(…) Me estoy poniendo/de azabache, carne y ropa- consumidos por la “pena negra” por supuesto, pero también, podríamos pensar, consumidos por un tiempo que pasa sin que el amor los disfrute. Soledad parece ser una mujer que ha dispuesto todo en su vida para el amor y que, con “pena negra”, ve la inutilidad de su esperanza. ¿Es, en conclusión, la “pena negra” en este poema un “amor agudo a nada”, como explica Lorca? No resultarían, en ese caso, muy coherentes estas lamentaciones de Soledad Montoya.

En cuanto al tercer espacio, el mar, sería válido considerarlo un símbolo de la muerte, como en Antonio Machado, si se lo analiza según la definición de la “pena negra”, en palabras de Lorca como un amor agudo a nada, con una seguridad de que la muerte (preocupación perenne de Andalucía) está respirando detrás de la puerta. Sin embargo, el interlocutor de Soledad no se refiere al mar como una realidad que aguarda a todo el mundo, como es el caso de la muerte. El mar del que habla es un destino reservado a Soledad Montoya, ya que ese caballo que se desboca y al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas será Soledad si persiste en su actitud.

Es posible argüir que el caballo que se desboca se refiera a Soledad dominada por tal angustia que vea en la muerte, en el suicidio, la única cura para la “pena negra”. El mar, en consecuencia, sería ese símbolo machadiano de la muerte. Pero, como Soledad huele a caballo y a sombra, también se puede insistir en que el caballo que se desboca es símbolo de una Soledad que antepone su anhelo de ser amada a cualquier otro principio, aunque eso suponga su perdición, que aquí quizás sea, como en algunos dramas de Lorca, la condena y el rechazo de la sociedad y de la familia. El mar sería, de acuerdo con esta interpretación, el amor irracional, sin freno (caballo que se desboca), única posibilidad ya de tener algo de felicidad, como se aprecia en las palabras con que Soledad Montoya muestra preferir ese mar terrible a la realidad presente: No me recuerdes el mar/ que la pena brota/ en las tierras de aceituna/ bajo el rumor de las hojas.

Ha sido necesaria esta larga exposición del posible simbolismo de los espacios porque la “pena negra”, la amargura de Soledad Montoya, se refleja en el movimiento de Soledad de un lugar a otro, impulsada por la busca del consuelo de la “pena negra”, del amor o, como ella dice, de mi alegría y mi persona. La acción de la búsqueda condiciona todo el poema. Ya se ha comentado cómo los gallos cavan porque “buscan” el día. Soledad acepta la busca de la felicidad como razón de sus actos: Vengo a buscar lo que busco. Esa misma razón provoca que el caballo se desboque, pues esta circunstancia termina con el encuentro de otra situación: al fin encuentra la mar. Las carreras de Soledad por su casa también crean la impresión de que busca algo en ella.

En este comentario se ha interpretado esta busca como busca de amor, pero sólo si se piensa en Soledad Montoya. En los últimos versos del poema, cuando Lorca habla de la “pena negra” como sentimiento de la raza gitana, la definición de la “pena negra” realizada por el poeta, que citamos al principio del comentario, se impone a cualquier otra lectura del texto. En estos versos finales, esta busca de alivio sí que carece de objeto y que sería el motivo de la “pena negra”, porque es una busca sin sentido. La vida ofrece una realidad exterior concreta, que se manifiesta en toda su belleza para ser disfrutada, en contraste con el alma del hombre, que opone a esa realidad un mundo interno de tristeza sin causa y, por ello, tristeza o pena limpia y siempre sola. Al río que canta en el poema, volante de cielo y hojas, y a la nueva luz, que se corona con flores de calabaza, se oponen el cauce oculto y la madrugada remota del alma de los gitanos, con su “pena negra” incapaz de ser calmada por la hermosura de la naturaleza, al no tener un origen externo, preciso, que la provoque.